viernes, 3 de octubre de 2008

Periodismo para el siglo XXI

El periodista del siglo XXI: diversos escenarios

Conferencia para el Colegio de Periodistas de Veracruz, 4 de octubre de 2008.

El advenimiento del nuevo siglo, más allá de su significación meramente numérica, ha planteado una recomposición del modo de hacer periodismo que no podemos soslayar, y que está dada por varios factores:

Por las nuevas condiciones laborales del periodista, en función del modelo neoliberal.
Por las nuevas características del lector joven, ante el abandono y la muerte de los viejos lectores.
Por los procesos tecnológicos y los nuevos soportes que han trastocado el papel que los periodistas solíamos ocupar en la cadena de la información, que van de la especialización al papel de censor.

Neoliberalismo y condiciones laborales de la prensa
A decir del periodista español Ignacio Ramonet el periodista es una especie en extinción.

Lo que el llamó la taylorización del periodista no es sino una de las nuevas tendencias que el capital ha impuesto a muchas profesiones. Hoy los medios se las han arreglado para dotar de una cámara al reportero, ahorrándose el sueldo del fotógrafo. Y han implementado programas de computadora que obligan a los periodistas a vaciar su información en machotes que ponen en la calle al antiguo diagramador. Muchos incluso tienen que realizar las infografías que requiere el medio.

La sobreexplotación de los periodistas por algunos medios de comunicación deviene en la reducción de calidad de los contenidos. Y el verdadero periodista sucumbe para ser sustituido por un maquilador de noticias en todas las partes de su ensamblaje.

Por supuesto no todos los medios de comunicación han cedido a la tentación de explotar a ese extremo a sus trabajadores. La otra vertiente es la del periodista especializado, que además de ser primero que nada periodista profesional y conocer todos los vericuetos de la redacción, los géneros y el modo de trabajarlos para cada medio, debe especializarse por su cuenta en materia de cultura o economía o deportes.

El periodista especializado se ve entonces obligado a solventar esta preparación que no obtuvo en la universidad, ya sea adquiriéndola a golpes sobre la marcha, o tomando diplomados, cursos y otros estudios por cuenta propia. Con su salario, claro. Algunos medios procuran dotar a sus periodistas de esa preparación, mediante acuerdos con instituciones educativas y con organizaciones hechas por los periodistas por su iniciativa, pero son los menos.

Hasta aquí tenemos entonces dos actitudes distintas y opuestas por parte de los medios de comunicación, la de los que exigen un reportero-todo-terreno que cueste poco y trabaje mucho –sin importar cuánto se deteriore la calidad de los contenidos que escriba– y los medios preocupados por la calidad de su información, que contratan periodistas que coinciden con esa postura, y que si bien sacrifican ganancias inmediatas pueden obtener una credibilidad mayor a largo plazo.

Esto tiene qué ver con la conversión de la información en mercancía. El modelo neoliberal pugna por hacer que todas las cosas sean rentables, y ha sometido a las leyes de mercado todo lo imaginable, sin importar cuántas dignidades pise, ni cuántas vidas destroce en el camino. Aunque no toda la información tiene valor de conocimiento, la que más afecta a nuestra calidad de vida sí: la información que nos permite tomar decisiones que no es la misma que nos entretiene.

La información y particularmente el conocimiento no puede ni debe ser propiedad de nadie; su compra venta atenta contra un principio fundamental, que es el del conocimiento como patrimonio de la humanidad. Ningún descubrimiento científico generado hoy surge de la nada: es producto de la acumulación de otros conocimientos a lo largo de los siglos hasta llegar a él. Y otro tanto ocurre con buena parte de la información.

Cierto que es necesario cobrarse el soporte y la acción de servicio. Eso incluye el papel, la tinta, los gastos en infraestructura y los salarios de todos los reporteros, además de las ganancias para el capital de riesgo del dueño; lo que éticamente no puede hacerse es un uso irresponsable de la información en aras del lucro, y la sobreexplotación del reportero, para al final dar noticias inconsistentes, mal investigadas y peor redactadas, a un lector que tiene derecho a quedar perfectamente informado sobre su realidad, por el precio que pagó por ejemplar. En suma, alguien que pagó por el derecho a saber.

El concepto de infoentretenimiento fue creado para designar precisamente a las noticias más intrascendentes pero más divertidas: los chismes de la farándula, los líos de faldas de los futbolistas y el morbo que producen las notas rojas de tinte pasional. Esas son las noticias que venden, y por supuesto las que prefieren los editores cuya vocación no es periodística sino económica. Pero a largo plazo, son las que desacreditan a los medios y les ganan apellidos como amarillista, volador, o prensa vendida.

Están por supuesto los otros medios, los que pugnan por la mejora en la calidad de sus contenidos, que suelen empujar a sus reporteros a especializarse y que buscan acuerdos con las instituciones educativas para que sus trabajadores se actualicen. A veces el mercado logra imponerse al profesionalismo y algunos de esos medios quiebran antes de lograr establecerse en el gusto de un público más culto o más preocupado por su realidad. Algunos lo logran con base en enormes sacrificios, entre ellos el de una plantilla de periodistas más o menos pequeña.

Otra vertiente preocupante del esquema informativo actual, es el de la cantidad de información. Antiguamente asumíamos que la ausencia de información era un ataque a nuestra libertad de saber y conocer. Si se nos ocultaba información sentíamos agredido nuestro derecho a saber. Y si accedíamos a más información nos pensábamos más libres. Hoy la censura ha adquirido nuevas formas y una de ellas es la saturación de noticias.

Cuando el lector se halla aturdido entre el cúmulo de información disponible puede elegir la que instintivamente cree mejor, a veces por coincidencia ideológica, a veces sólo por diseño editorial, o en el peor de los casos, abandona el intento de informarse, apabullado por la cantidad de datos innecesarios que encubren lo trascendente. Hoy producir información se ha abaratado, y saturar el mercado es una nueva forma de ocultar las noticias importantes. Internet es un océano de información con dos centímetros de profundidad y muchos lectores no saben ni por dónde empezar. A más información, no hemos logrado más libertad sino más confusión.

Los nuevos lectores: un problema de sintonía
Además de los cambios que en materia laboral debe enfrentar el periodista, éste y el medio para el que trabaja deben afrontar la nueva realidad que nos plantea el lector del siglo XXI. Los viejos lectores, leales a un medio de comunicación específico, son también una especie en extinción. Primero porque al hacerse viejos disminuye su capacidad de compra. Hoy dependen de una pensión o de un hijo para su sostén, y no pueden darse el lujo de comprar nada que no sea indispensable como medicamentos y comida. Segundo porque muchos de ellos han perdido capacidad lectora: los ojos los traicionan, los malestares propios de la edad los mandan a la cama y muchas veces no pueden ni siquiera comprar su periódico porque caminar un par de cuadras o subir unas escaleras es un reto superior a sus fuerzas. Asumámoslo: aquel viejo y fiel lector está al borde de sus días.

El lector joven es en cambio poco dado a las lealtades. Cambia de periódico con facilidad porque se aburre pronto, ya no es monoconsumista. Y prefiere lo visual que lo escrito. Es un lector que sólo lee dos tipos de cosas: las que le son útiles y las que le son gratificantes. Las primeras las lee forzado por la necesidad, por lo que si puede evadirlas, y mejor aún, leerlas gratis, lo hará. Pero si encuentra verdadera gratificación en la lectura, seguramente hará el esfuerzo económico requerido.

Según el español Manuel López, el lector no es necesariamente comprador, porque cada vez menos los lectores creen que lo que les ofrece el periódico valga el precio de portada. Buena parte de la información que se les ofrece no les interesa, no sienten que les ataña o no la entienden. Eso se debe en buena medida a que muchos periodistas siguen escribiendo para ellos mismos, no para los lectores. Y es que en el modelo neoliberal, al lector se le trata sólo como un consumidor.

Los diarios están hechos, a decir de la periodista peruana Milagros Peralta, en clave de la Guerra Fría: los reporteros tienen entre 25 y 35 años; sus jefes de información tienen de 35 a 55 y sus directivos de 55 a 75. ¿Cómo se puede pedir a un joven que lea un producto decidido por sus abuelos?

Otra parte del problema estriba en que la prensa es hoy un servicio complementario. La gente se entera de las noticias primero por la televisión o la radio y sólo si quiere saber más acude a la prensa escrita.

¿Cómo caracterizamos al lector del siglo XXI? Sus condiciones laborales son más complicadas que las de sus padres. No tienen tiempo de leer ni se les ha formado suficientemente el hábito; gustan de actividades novedosas y de cambios constantes y prefieren vivir sin ataduras ni responsabilidades.

Están más preparados que sus padres para lidiar con la nueva tecnología, le dan un enorme valor al diseño y la imagen. Para ellos el aspecto visual no es accesorio sino vital. Y tienen una enorme desconfianza de los instrumentos tradicionales como los partidos políticos y las instancias gubernamentales, por lo que se inclinan más a apoyar a organizaciones no gubernamentales. Son escépticos y no dan nada por sentado.

Viven para el presente y por el presente pues entre las cosas que no creen es que puedan construir un futuro, ante las condiciones económicas y políticas que los rodean. Ven en la educación un medio y no un fin, es decir, aspiran a que la preparación les dé dinero, no cultura.
Otro tanto les pasa con el dinero: no ahorran, gastan. Gustan de él para el consumo, no para la prevención de un futuro que de cualquier modo les parece incierto. Y suelen tener hobbies y aficiones que, si son tocadas por una publicación, los lleva a la compra del medio. Prefieren las revistas a los periódicos por las posibilidades visuales que éstas ofrecen y porque muchas de ellas están especializadas en los temas de su interés: música, cine, deportes extremos, etc.

En ese sentido, una redacción más narrativa y menos rígida que la de la famosa pirámide invertida, que muchos académicos ya recomendamos dinamitar, y un diseño gráfico ágil y atractivo, son algunas de las posibles vías para satisfacer las necesidades de esos lectores. En cuanto a los contenidos, lo recomendable es jamás tratar al lector del siglo XXI como un menor de edad ni dictarle cátedra de moral, por la enorme desconfianza que tiene hacia las instituciones. Y no ocultarles de qué manera las cosas que les interesan también están tocadas por la política y la economía.

Nuevos soportes, nuevos lenguajes, nuevas funciones
Los periodistas estamos ante la quiebra de muchas de las creencias que alguna vez sustentamos. Fuimos los defensores a ultranza de la libertad de expresión. Nos asumimos como los apóstoles del derecho a saber de los ciudadanos. Y hasta nos creímos rodeados de un halo de glamour que nos era dado por nuestra cercanía –meramente laboral, si somos sinceros– con los hombres del poder.

Con el advenimiento de la Internet nuestro papel como intermediarios entre quienes detentan el poder político y económico y los ciudadanos se ha diluido. Antes la población dependía de los medios de comunicación para informarse, y debía conformarse con lo que le daba la tele. Hoy la gente se salta los medios de comunicación establecidos y entabla sus propias redes de información mediante blogs, redes sociales como el hi5 y la consulta directa de la información institucional. Los internautas ejercen su derecho a saber sin hacer necesariamente uso de los medios de comunicación tradicionales.

Antiguamente las opciones informativas eran pocas; hoy son muchas, quizá demasiadas. No todos los lectores están listos para ejercer por su cuenta el papel de investigadores de su realidad. Son los jóvenes quienes están mejor dotados para lidiar con las nuevas tecnologías, y las disfrutan, en vez de sufrirlas como sus mayores.

Ante el descrédito que sufren los medios de comunicación oficialistas, el halo de glamour se ha perdido. Ser periodista tiende a ser cada vez menos prestigioso y esa aura un poco holywoodense que nos daba haber presenciado los hechos, desaparece porque cualquiera puede haber “estado ahí” a través de la pantalla.

En cuanto a la libertad de expresión, las cosas no son mejores. Hoy gracias a la Internet, los entrevistadores son los propios espectadores, mediante el llamado Chat. Los periodistas se limitan a filtrar las preguntas del público para evitar que pasen groserías, agresiones y hasta preguntas incómodas. Así, hemos adoptado el papel de censores y perdimos el papel de entrevistadores.

El hecho es que hay una recomposición tanto del papel del ciudadano como mero consumidor pasivo de las noticias, como del periodista y de los propios géneros de información, Se habla ya de ciberperiodismo y otras nuevas formas de redacción periodística.